Este árbol caducifolio puebla los lugares más bien fríos, en bosques llamados hayedos, pues prefiere estar en compañía de sus hermanos. Es un árbol explorador que gusta de lugares agrestes y pedregosos, donde otros no pueden acceder. Con su trabajo deja el terreno preparado para que otros árboles que viven bien en su compañía, como es el caso del roble o del acebo, se asienten en él en mejores condiciones.
El haya crece buscando la luz, y expande sus ramas en horizontal; eso permite que cuando en pleno verano entramos en un hayedo, el calor no nos alcance, y podamos disfrutar de un frescor acogedor y relajante. El haya mantiene su verde primaveral a lo largo de todo el verano, pues crece en lugares húmedos. Dicen que el haya prefiere los pies secos y la cabeza mojada.
En otoño nos regala una gama infinita de marrones, ocres y amarillos, que junto al color anaranjado de la infinidad de hojas que pueblan el suelo del hayedo, le confieren una luz especial imposible de encontrar en otros bosques en esta época. Entrar en un hayedo en otoño, justo en los pocos días en que las hojas cambian de color, cuando la niebla se hace dueña y señora del espacio, es entrar en un mundo silencioso y mágico.
La flor de Bach Beech (haya) está indicada para aquellos que son intolerantes.
El haya es conocido como el árbol de la suavidad, y no solo suaviza nuestra piel, sino que paseando por un hayedo, éste purifica y limpia nuestra aura.