El
ciprés es un árbol alto, enhiesto, perennemente verde y de gran longevidad. Su
madera, dura, incorruptible, desprende un suavísimo y agradable olor.
Simbólico
árbol de la Muerte es también el balsámico árbol de la Vida, porque es capaz de
devolver la salud a cuantos acuden a él, enfermos del pecho, a respirar sus
esencias. Su porte delgado y estrecho, altísimo, parece un dedo señalando al
Cielo. Es ese porte que nos indica que es un árbol que conecta el Cielo y la
Tierra.
Aunque
normalmente lo vemos en grupos, por plantación, es un árbol individualista, en
que cada ejemplar nos transmite su personalidad específica. Es difícil llegar
con nuestras manos a su tronco, pero si nos fijamos, al atardecer cientos de
pajarillos vienen a dormir entre sus acogedoras y protectoras ramas.
En
el mundo occidental estaba antiguamente consagrado a Plutón, cuya frente se
coronaba con su ramaje, y por eso también se solían esparcir sus ramas a las
puertas de las casas de los difuntos. Desde entonces, hace más de veinte
siglos, adorna los cementerios de los pueblos de la cultura cristiana en toda
la cuenca mediterránea. E incluso ha dado nombre a una isla, Chipre, cuyos
habitantes le rindieron culto en épocas remotas.
También
sirve como símbolo de recibimiento en algunas culturas agrícolas. En las masías
catalanas, un ciprés a su entrada significaba que el caminante era bienvenido,
y podía abastecerse de agua, si eran dos los cipreses, que se te daba comida, y
si había tres que podías alojarte y pasar la noche.
Una
de las más antiguas representaciones del árbol de la vida -el ciprés- la
encontramos en el Egipto faraónico, concretamente en la tumba de Inkerkhaoni (
XX Dinastía ). En la pintura al fresco se impone el optimismo, la vida, la
esperanza; muy lejos, por lo tanto, de las concepciones latinas del ciprés.
También
la civilización islámica sintió admiración por el ciprés, como lo hiciera con
la palmera. Durante los dos siglos y medio de establecimiento del Islam en
Sicilia, los musulmanes introdujeron en la isla el cultivo del ciprés. En la
capital, el Jardín Botánico de Palermo conserva los mayores cipreses de Europa,
con más de 1.200 años de historia.
En
la localidad granadina de Vélez Benaudalla se está rehabilitando un hermoso
jardín islámico correspondiente al reino nazarí (siglos XIII y XIV), en donde
se encuentran los más altos cipreses de España, con más de cuarenta metros de
altura. Y también el paseo de cipreses más legendario de la España islámica, el
del Generalife de la Alhambra de Granada, donde los altivos árboles, con más de
seis siglos de historia y 30 metros de altura, constituyen una doble pared
natural, siempre verde, en cuyo interior los rayos solares no pueden entrar.
En
la China antigua se suponía que el consumo de las semillas del ciprés procuraba
la longevidad, pues eran ricas en substancia yang. La llama obtenida por la
combustión de las semillas permitía la detección del jade y del oro, igualmente
substancias yang y símbolos de la inmortalidad.
En
el Japón, una de las maderas más usadas en los ritos del shinto es una variedad
del ciprés, el hinoki. Se utiliza en la fabricación de diversos instrumentos,
como el shaku (cetro) de los sacerdotes y, sobre todo, es de destacar que el
fuego ritual se enciende por frotamiento de dos trozos de hinoki. Esta madera
es igualmente la que sirve para la construcción de los templos, como el de Isé.
Se vuelven a encontrar aquí manifiestamente las nociones de incorruptibilidad y
pureza.
También
la esencia de ciprés, similar a la del cedro, tiene propiedades medicinales. Es
sobre todo un excelente antiespasmódico. Echada, por ejemplo, en agua hirviendo
da vahos adecuados contra los accesos de tos convulsiva y para el asma. Su
color es claro, y su perfume posee una cualidad leñosa que evoca un poco el
olor de las especias.